Irónico, honesto, sencillo y a la vez dantesco; así es Red Jesus

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El segundo disco de Red Jesus es un viaje oscilante de psicodelia pop perpetrado con un fin específico: sacudirse hasta la última miga de divinidad. Por eso “No hago milagros”, en contraposición con la poesía épica, narra las desventuras de un antihéroe: un hombre común y corriente que se equivoca, que pide perdón, que se engaña y regaña a así mismo, que cae, que se levanta, que ríe y que se muere de vergüenza de sacar a bailar a la chica que le gusta. Sí, este Yisus es humano y no es más hijo de Dios que un cirujano plástico o que el que reparte el periódico en la esquina.

Como La Divina Comedia vista desde muy arriba, el álbum se divide en tres moods que van deshojando la intimidad de Red Jesus: infernum, que es rabioso y existencialistas, con tracks mordaces, de ritmos arrastrados influenciados por el gospel y el rock industrial, aunque siempre delineados por una sonoridad pop; purgatorium, con sintetizadores que van lanzando rayos de luz, letras esperanzadoras, la aparición de voces angelicales (un feat. con Pau Sotomayor y la colaboración de la puertorriqueña Tita Russe) y un peregrinaje por canciones de un pop más chicloso que invitan a la pista de baile como único camino a la redención; y lógicamente paradisum, que intenta llevarnos a su propio ideal del cielo a través de un sonido más vintage y playero que se ancla en la aceptación literal de nuestra fallida condición humana.

Es tan así, que la canción que da nombre al disco fue escrita tras una operación al corazón a la que el artista chileno-mexicano tuvo que someterse el año pasado. Este acenso hacia la luz culmina con un jugoso Rework de Siempre sale el sol, emperifollado por el incombustible Capri: uno que ha sabido trabajar con artistas como León Larregui y Gustavo Cerati.

En No hago milagros el sarcasmo, la extravagancia y las apologías religiosas están a la orden del día. Una pieza en esencia íntima, pero expresada con arrebato a través de brochazos pop, urbanos y electrónicos, ritmos orgánicos, melodías pegajosas y mucha, mucha psicodelia -canalizada por los productores Juan Covarrubias y Narud Ramo-. Un trabajo raro y hermoso que se deja ver completo, irónicamente, justo al medio de una peste de proporciones bíblicas.

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